Dos familias venezolanas cruzaron la cordillera a dedo

La crisis económica en nuestro país los obligó a tomar la decisión de seguir emigrando.  En Chile los aguardaban familiares y amigos. Caminaron muchos kilómetros con niños a cuesta.

«Sobre llovido, mojado” reza el dicho que alude a cuando una persona se encuentra en una situación poco placentera, se le acumulan los problemas y no puede salir de este estado, ya que viene una desgracia tras otra. Muy similar a lo que les sucedió en marzo de este año a estas dos familias de origen venezolano.  Por un lado Juan, quien junto a su mujer y dos hijas pequeñas, hace 4 años emigró de Venezuela, donde no tenía familia ni trabajo y se refugió en Buenos Aires. Ese fue el lugar que lo albergó durante un tiempo, pero la crisis económica y la pandemia lo obligaron a continuar buscando una mejor calidad de vida para su familia; el destino sería Curicó, donde una hermana lo alojaría.

Por el otro lado está José, quien llevaba 2 años en nuestro país; tiempo que le dejó un trago amargo y, en contraposición, una beba de 2 meses.  Junto con ella y su mujer decidieron cruzar la Cordillera de los Andes para continuar la búsqueda de un futuro mejor, “el camino no es fácil pero tampoco difícil, el que quiere puede lograr su bienestar, con el sacrificio lo logra”.  Esas fueron algunas de sus palabras antes de intentar el cruce.

El destino quiso que se cruzaran con personas que les tendieron más de una mano, como Juana y su familia, quienes los alojaron durante una noche en el puesto Invernada del Viejo de Jacinto Cáceres.

“De repente los vimos llegar en una camioneta que los descargó, como a las 5 de la tarde; se quedaron ahí todos y nosotros no entendimos qué pasaba, hasta que llegó Gendarmería y se llevó a los varones y a la señora con el bebé hasta Las Loicas”, relató para Malargüe a Diario Juana.

“Ellos estaban legalmente en nuestro país pero se querían ir a Chile y no tenían otro medio que hacer dedo y caminar; como a las 10 de la noche los volvieron a dejar en ese mismo lugar y se fueron los gendarmes; ahí fue, que con algunas dudas, mi primo les ofreció alojamiento.  Nunca se imaginaron lo que era cruzar la cordillera, no es como estar por la selva, las temperaturas son muy bajas”.

Esa noche, estas dos familias pudieron comer y descansar al reparo, gracias a la hospitalidad de estos malargüinos que, a pesar de haber tenido sus dudas, les ofrecieron todo lo que tuvieron a su alcance.

Al otro día, siguió contando Juana, los intrépidos venezolanos continuaron con su objetivo, con la ayuda de unos turistas que los acercaron “un poco más pero después siguieron caminando muchos kilómetros, casi que se les hizo el atardecer y empezaron a sentir miedo, porque no hay nada, es puro campo”.

Juana, casi sin poder creer lo que relataba, contó que una de las familias quería llegar a Curicó, donde tenía una hermana, la otra debían llegar a Antofagasta, donde los esperaba una familia amiga.  “Casi al caer la noche los levantó otra camioneta, del Azufre, estaba fresco, y los dejaron cerca de la aduana (por Paso Vergara); allí los hospedaron y les dieron de comer, además de darles la salida para cruzar; al otro día Gendarmería los dejó en el límite y, después, debieron seguir caminando; en ese momento, cuando no daban más de cansancio, apareció un hombre con sus ovejas, un puestero chileno que les ofreció buscar su autito y alcanzarlos hasta la aduana chilena, donde tuvieron que esperar el permiso ya que por la pandemia el Paso está cerrado”. Todo esto transcurrió a principios de marzo, pero no había trascendido.

Luego de tan larga y difícil peripecia, Juana contó que estas familias lograron llegar a Curicó, donde los albergaron en un hotel para que hicieran la cuarentena durante 4 días, “después de unos días nos llamaron y contaron que ellos ya estaban instalados en Curicó y trabajando en la cosecha de manzanas y, la otra familia, había llegado a Antofagasta y el hombre también ya estaba trabajando”.

Según confesó Juana y, a su parecer, estas familias no se imaginaban lo que era cruzar la cordillera por estos lares, “uno los ve en televisión caminando pero en otro clima, más cálido, fue muy preocupante para nosotros hasta que nos enteramos que habían podido cruzar; ellos no se imaginaban lo que era, de hecho una vez que llegaron me dijeron que si contaba esta historia quería que quede claro que nadie hiciera la locura que ellos hicieron, no se lo recomendaban a nadie porque no vale la pena arriesgar la vida ni de uno ni de los hijos”.

Fotos: Gentileza. 

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