Los hechos de violencia enmarcados como “bullying” involucran, por lo general, a niños y adolescentes. Las razones son variadas y están relacionadas con cuestiones sociales, raciales, religiosas, económicas, fisonómicas, de género, personalidad o preferencia sexual. El epicentro de los conflictos suelen ser las escuelas, clubes u otros espacios donde los chicos conviven.
Los casos suelen comenzar a través de bromas, calificativos, diferencias en la forma de pensar, actitudes o situaciones que son malinterpretadas, peleas menores que, con el tiempo, se profundizan. Al no ser subsanadas o atendidas a tiempo, las palabras o hechos son cada vez más hirientes; generan diferencias, que no siempre lo son en realidad pero se viven como irreconciliables, y despiertan rencores.
La situación se complica aún más cuando es visualizada por otros chicos. En muchas ocasiones, la víctima se siente más vulnerable cuando sus pares conocen lo que está pasando y, tomando o no una posición al respecto, naturalizan la violencia. Otras veces, los hechos toman magnitud cuando un problema entre dos se vuelve una cuestión entre bandos o se difunden a través de las redes sociales donde llegan a consolidarse espacios de expresión de extrema crueldad.
Paradójicamente, el ocultamiento es fundamental en este proceso. Entre los jóvenes se instalan ciertos “códigos” que promueven la idea de que esto es “cosa suya”, que nadie debe intervenir y menos si se trata de un adulto. Por eso, el pedido de ayuda no es una práctica habitual en estos contextos.
Las consecuencias son varias, unas más visibles que otras, y más allá de las secuelas físicas que pueden llegar a producirse, lo cierto es que esa violencia deja profundas huellas psicológicas y sociales. En casos extremos, ha conducido a las víctimas a tomar medidas drásticas que pusieron en riesgo o terminaron con su vida.
A nivel nacional, existe una ley – la 26.892, conocida como “ley anti bullying” – que busca la promoción de la convivencia y el abordaje de la conflictividad en las instituciones educativas. A partir de su reglamentación, el Ministerio de Educación de la Nación elaboró una guía dirigida a las autoridades escolares y docentes con el objetivo de que conozcan cómo abordar este tipo de situaciones.
Dicho material plantea qué hacer antes, durante y después de un hecho de violencia. Destaca que es necesario prestar atención a los indicios que aparecen en cotidianidad, no minimizar los pedidos de ayuda de los alumnos y demostrar una actitud activa.
En tanto, es imprescindible que cualquier persona adulta de la escuela que presencie situaciones de conflicto entre alumnos intervenga, calme y contenga, así como procure dejar al agredido en manos de algún familiar o persona de confianza.
Pasado el hecho, es importante involucrar al grupo, convocar a todos los actores institucionales, proponer espacios de diálogo, generar acuerdos y compromisos que queden por escrito, así como establecer las sanciones correspondientes cuando el caso lo requiera.
Se trata de una problemática compleja pero, dada la gravedad y recurrencia de los hechos que periódicamente ocurren en las escuelas de todo el país, y de nuestro departamento también, lo peor que podemos hacer es ignorarla.
Otros aspectos de la «Guía Federal de Convivencia Democrática» pueden consultarse en el portal web del Ministerio de Educación de la Nación (www.educacion.gov.ar).