El cielo, su lugar de felicidad

Gustavo Villar, paracaidista deportivo, comparte su pasión por una actividad llena de adrenalina y camaradería, que lo lleva a experimentar una mezcla única de emociones a más de 3.000 metros de altura.

El salto al vacío que cambió su vida ocurrió cuando tenía 26 años. Gustavo Villar, hoy de 31, recuerda con entusiasmo el salto tándem que realizó en Rivadavia: “Te tirás enganchado de un paracaidista con licencia y, desde ese momento, quedé fascinado con el deporte”. La experiencia de caer libremente a casi 200 km/h despertó en él una pasión por el paracaidismo que lo llevó a querer ir más allá.

Decidido a continuar, encontró en el Club de Paracaidismo y Rescate de Neuquén, en Allen, Río Negro, el lugar para concretar su curso de paracaidista deportivo. “El curso incluye 15 saltos: algunos con cinta estática, otros acompañado del instructor y los últimos completamente solo”, explicó Gustavo. Además, destacó que antes de comenzar es necesario pasar un examen psicofísico y recibir una formación exhaustiva en seguridad, porque, aunque la actividad tiene riesgos, estadísticamente es más segura que viajar en auto.

Los momentos previos a un salto están llenos de intensidad. Gustavo describió la sensación de mirar hacia abajo desde 10.000 pies con la puerta del avión abierta como algo único. Pero es durante la caída libre, que dura unos 40 segundos, donde experimenta una felicidad plena: “Es una mezcla de emociones indescriptible, como volar”.

Más allá de la adrenalina, para Gustavo el paracaidismo también significa camaradería. “La buena onda y el compañerismo entre los paracaidistas hacen que este deporte sea aún más especial. Siempre vuelvo a casa con una sonrisa de oreja a oreja”, contó. Es un espacio donde los vínculos humanos se fortalecen tanto como las técnicas de vuelo.

Aunque por ahora el paracaidismo es su cable a tierra, Gustavo no descarta sumar nuevas metas: “Me gustaría, con más experiencia, poder realizar saltos tándem. Pero se necesitan muchos saltos y no es una actividad barata”. Mientras tanto, continúa disfrutando cada vez que sube al avión, agradeciendo las experiencias y los aprendizajes que este deporte le brinda.

Cuando no está en el aire, Gustavo trabaja para una empresa de servicios petroleros, pero siempre lleva consigo las emociones y los recuerdos de cada salto, esos instantes en los que, literalmente, toca el cielo con las manos añorando que un día, no tan lejano, Malargüe pueda ser un destino para realizar esta actividad.

Fotos: Gentileza Gustavo Villar.

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